A principios de la década de 1980, el futuro nos parpadeaba en letras verdes en una pantalla negra.
Los módems chillaban como transmisiones alienígenas, los disquetes se sentían como magia, y cada niño que jugaba a Oregon Trail o iniciaba un Commodore 64 podía sentir que algo grande estaba a punto de llegar, incluso si no podían.